“De
veras te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino
de Dios”. Luego Jesús explica: “Yo te aseguro que quien no nazca
de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que
nace del cuerpo es cuerpo; lo que nace del Espíritu es espíritu”
(Juan 3:3, 5, 6). Es el tremendo poder de Dios el que levantó a Jesús
de los muertos. Al creer y confiar en Jesús, el Espíritu Santo viene
a morar en nosotros transformando nuestras vidas y librándonos de
la misma muerte. |
4~
El Camino Espiritual
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Escuchando
de Dios |
Si
alguien se nos acerca y nos dice que tiene una “palabra del Señor”
para nosotros, y creemos que Dios nos está dirigiendo, debemos
orar por la confirmación de esa palabra. La palabra del Señor vino
a Jeremías instruyéndole para que comprara un campo en Anatot en
el tiempo en que el ejército de Babilonia estaba sitiando a Jerusalén
y el reinado de Judá estaba a punto de caer en manos de los babilonios
(Jeremías 32). Luego que Jeremías recibió esa palabra, el hijo
de su tío vino a pedirle que ejerciera su derecho de redimir y
comprar el campo. La palabra que recibió Jeremías fue confirmada
por circunstancias externas, y en esencia, por realidades externas.
Jeremías reconoce que es así cuando afirma “Entonces comprendí
que esto era palabra del Señor” (Jeremías 32:8). Podemos inferir
que hasta el momento en que vino el hijo de su tío y confirmó la
primera palabra del Señor, Jeremías siendo profeta no estaba seguro
de haber escuchado del Señor y no se imaginaba la situación. Todos
estamos sujetos de hablarnos a nosotros mismos.
Jeremías entonces compró el campo y el Señor le
profetizó: “Porque así dice el Señor Dios Todopoderoso, el Dios
de Israel: ‘De nuevo volverán a comprarse casas, campos y viñedos
en esta tierra.’” Jeremías así lo hizo saber a Baruc el hijo de
su tío en presencia de los testigos.
Luego de esto Jeremías oró al Señor, le dio alabanza
por haber creado los cielos y la tierra, y mostrar su fiel amor;
por los milagros y prodigios que hizo en la tierra de Egipto ante
Israel, dándoles la tierra donde abunda la leche y la miel (Jeremías
32:17-22). Luego reconoce que el pueblo no obedeció ni acató su
ley, ni tampoco hicieron lo que le habías ordenado. Por eso les
enviaste toda esta desgracia. Esto debe servirnos de lección y aprender de ello. Como resultado de su rebelión contra Dios, les alcanzaron las rampas de ataque
hasta la ciudad de Jerusalén para conquistarla, los caldeos estaban
en guerra contra el reino de Judá. A causa de la espada, el hambre
y la pestilencia, la ciudad caerá en manos de los babilonios que
la atacan, cumpliéndose todo lo que el Señor había anunciado.
Después de comprar el campo y alabar a Dios, Jeremías
le informa a Dios que las primeras profecías con relación a los
babilonios se cumplieron. Le habla a Dios y le dice “Señor mi Dios,
a pesar de que la ciudad caerá en manos de los babilonios, tú me
has dicho: ‘Cómprate el campo al contado en presencia de testigos’”
(Jeremías 32:25). Jeremías no está probando al Señor sino que le
pide confirmación adicional de que en realidad él está haciendo la voluntad de Dios, a pesar de que las
circunstancias externas están apuntando a lo absurdo de hacer esta
inversión de bienes y raíces bajo esta situación. Dios le revela
entonces su naturaleza perdonadora y le asegura a Jeremías que
a pesar de la rebelión de su pueblo, los traerá de regreso a esta
tierra y hará que vivan seguros en ella, que serán su pueblo y
Él será su Dios. (Jeremías 32:37-38).
Aquí vemos a un gran profeta de Dios luchando
para asegurarse que la palabra que recibió del Señor es precisa.
Comparemos esto con las profecías “al instante” que se dan a la
ligera en los servicios carismáticos y en los estudios bíblicos,
que nunca se confirman y que pudieran tener raíces en el ocultismo.
En los tiempos bíblicos los falsos profetas eran apedreados. Aquellos
“sanadores” que afirman que un enfermo ha sido sanado, aún cuando
en realidad no es así, son equivalentes a los falsos profetas.
Un promedio de “bateo” de uno sobre cien no es suficiente, además
aunque tengamos un promedio perfecto de “bateo” debemos ejercitar
el discernimiento. Satanás como ángel de luz puede sanar al enfermo,
por supuesto exigiendo luego su paga, también puede dar palabras
de profecía (con un anzuelo o ganzúa).
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Reconociendo
el Espíritu de Dios |
¿Cómo
reconocemos el Espíritu de Dios y el espíritu de engaño, aún dentro
de las iglesias?
1. OBTENGA UN ENTENDIMIENTO BÁSICO DE DIOS, su
naturaleza, su propósito al crearnos, la caída del hombre, la redención
y el plan de salvación. Si entendemos estos temas, generalmente
podemos ver cuando se trata de una imitación. Sin embargo, esto
no pudiera ser fácil si todavía no somos salvos o estamos atados
a lo oculto, debido a que nuestras mentes están apagadas ante las
realidades espirituales. Jesús dijo que sus ovejas le conocen y
como el buen pastor llama a sus ovejas por nombre y las guia (Juan
10). Necesitamos estar familiarizados con Jesús de tal manera que
cualquiera impostor sea inmediatamente reconocido. Para iniciar
su relación con Jesús primero debemos pedirle que sea nuestro Señor
y Salvador. Podemos comenzar una sencilla oración con nuestras
propias palabras:
Amado Dios, estoy separado de ti y te necesito,
ven a mi vida. Yo acepto a Jesucristo tu Hijo como mi salvador.
Te doy las gracias Jesús por morir en la cruz por mí y por perdonar
mis pecados. Toma el control de mi vida y cámbiame a esa nueva
persona que tú quieres que sea. Como hijo tuyo dame la vida eterna.
2. RECONOZCA A LOS FALSOS PROFETAS POR SUS "FRUTOS" (Mateo
7:16):
“Por sus frutos los conocerán”. Generalmente los
falsos profetas tienen problemas de carácter, pueden estar todo
el día hablando de amor pero pierden su temperamento y la compostura
fácilmente, o actúan egoístamente. Dejarán que sus discípulos pasen
hambre mientras ellos poseen flotillas de vehículos. Pueden exigirles
a sus ministerios que les paguen altos salarios y vivir en casas
palaciegas, mientras solicitan fondos para su ministerio. Puede
que tengan la teología apropiada pero están viviendo inmoralmente,
engañando a sus esposas o esposos, usurpando las oportunidades
del ministerio para el enriquecimiento personal.
Observe las normas morales de esos individuos
y los frutos que llevan. “Cuídense de los falsos profetas. Vienen
a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces.
Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos,
o higos de los cardos? Del mismo modo, todo árbol bueno da fruto
bueno, pero el árbol malo da fruto malo. Un árbol bueno no puede
dar fruto malo, y un árbol malo no puede dar fruto bueno. Todo
árbol que no da buen fruto se corta y se arroja al fuego. Así que
por sus frutos los conocerán” (Mateo 7:15-20).
Los falsos profetas no son necesariamente los
líderes del culto o los clérigos. Bajo esta etiqueta pueden estar
líderes nacionales, políticos, líderes industriales, escritores,
comediantes, etc. Con relación a los falsos profetas el Antiguo
Testamento dice lo siguiente:
“Pero el profeta que se atreva a hablar en mi
nombre y diga algo que yo no le haya mandado decir, morirá. La
misma suerte correrá el profeta que hable en nombre de otros dioses.
Tal vez te preguntes: “¿Cómo podré reconocer un mensaje que no
venga del Señor?” Si lo que el profeta proclame en nombre del Señor
no se cumple ni se realiza, será señal de que su mensaje no viene
del Señor. Ese profeta habrá hablado con presunción. No le temas”
(Deuteronomio 18: 20-22).
Deuteronomio 13 nos instruye que aunque en medio
nuestro aparezca algún prodigio o señal milagrosa pero que su fuente
no rinda adoración a Dios, no debemos prestarle atención a las
palabras de ese profeta o “soñador de sueños”. Dios puede estar
probando si usted le ama con todo su corazón y con toda su alma,
y no amando la profecía precisa de un espíritu engañoso.
3. PRUEBE A LOS ESPÍRITUS:
“Queridos hermanos, no crean a cualquiera que
pretenda estar inspirado por el Espíritu, sino sométanlo a prueba
para ver si es de Dios, porque han salido por el mundo muchos falsos
profetas. En esto pueden discernir quién tiene el Espíritu de Dios:
todo profeta que reconoce que Jesucristo ha venido en cuerpo humano,
es de Dios; todo profeta que no reconoce a Jesús, no es de Dios
sino del anticristo. Ustedes han oído que éste viene; en efecto,
ya está en el mundo. Ustedes, queridos hijos, son de Dios y han
vencido a esos falsos profetas, porque el que está en ustedes es
más poderoso que el que está en el mundo” (1 Juan 4:1-4).
La Biblia claramente nos advierte que no acudamos
a la nigromancia, ni que busquemos a los espiritistas, con tales
consultas nos engañamos a nosotros mismos (Levítico 19:31). La
advertencia es clara, “Nadie entre los tuyos deberá sacrificar
a su hijo o hija en el fuego; ni practicar adivinación, brujería
o hechicería; ni hacer conjuros, servir de médium espiritista o
consultar a los muertos. Cualquiera que practique estas costumbres
se hará abominable al Señor, y por causa de ellas el Señor tu Dios
expulsará de tu presencia a esas naciones. A los ojos del Señor
tu Dios serás irreprensible. Las naciones cuyo territorio vas a
poseer consultan a hechiceros y adivinos, pero a ti el Señor tu
Dios no te ha permitido hacer nada de eso” (Deuteronomio 18: 10-14). “No acudan a la nigromancia, ni busquen a los espiritistas,
porque se harán impuros por causa de ellos. Yo soy el Señor su
Dios” (Levítico 19:31).
El castigo por practicar el ocultismo es severo:
“También me pondré en contra de quien acuda a la nigromancia y
a los espiritistas, y por seguirlos se prostituya. Los eliminaré
de su pueblo” (Levítico 20:6). Saúl tuvo un final trágico con sus
tres hijos luego de consultar a la médium de Endor (1 Samuel 31).
El espíritu de Satanás es un espíritu de engaño
y el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz (2 Corintios 11:14).
En estos tiempos y como parte de la Nueva Era, los espíritus demoníacos
o ángeles caídos se presentan atrayentes bajo el disfraz de consejeros,
espíritus amistosos, arquetipos sociales, guías del propio subconsciente,
espíritus maestros, santos, extraterrestres, “el niño que se lleva
adentro”, visualizaciones (aún los espíritus “Jesús”), familiares
que han muerto, etc.
Si usted está consultando espíritus “guías” mediante
canalización, visualización, meditación mantra o yoga, pregúnteles
si Jesús es su Señor y Maestro. Pregúnteles en la autoridad del
nombre de Jesucristo a quién sirven. Tenga en cuenta que el virus
de la Nueva Era se ha extendido por todas partes, y aún en las
iglesias tenemos individuos que a sabiendas, o sin saberlo, consultan
ángeles caídos quienes ocultarán sus orientaciones y profecías
bajo un manto cristiano. Ellos pueden creen que están recibiendo
conocimiento del Espíritu Santo cuando lo que están haciendo es
comunicarse con espíritus conocidos (demonios). No se vuelva demasiado
ansioso por las “señales y maravillas”. Utilice el discernimiento
cuando otros le impongan manos y oren por usted.
¿Cuánto conoce usted a las personas que le imponen
las manos? ¿Es usted realmente salvo? ¿Quién guía a esas personas
a orar por usted y darle una palabra de conocimiento? ¿El Espíritu
de Cristo, o un espíritu engañoso? ¡Pruebe a esos espíritus!
Existe un solo Espíritu que confiesa a Jesús y
ese es el Espíritu Santo. Todos los espíritus deben ser probados
sea que hablen a través de un profeta, un gurú, un político, o
alguien que clame que es el mismo Jesús (de los cuáles hay muchos
en estos días).
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Naciendo
de nuevo |
Jesús
le dijo a Marta con relación a su hermano Lázaro que su hermano
resucitaría (Juan 11:23). Respondió Marta: “Yo sé que resucitará
en la resurrección, en el día final” (Juan 11:24). “Entonces Jesús
le dijo: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá,
aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás.
¿Crees esto? – Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo
de Dios, el que había de venir al mundo” (Juan 11:24-27).
Con lágrimas en sus ojos Jesús se acercó al sepulcro de Lázaro, una cueva cuya
entrada estaba tapada con una piedra. Jesús le pidió a la gente
que removieran la piedra, le dio gracias a Dios por escuchar su
oración para que la gente creyera que Dios le había enviado. Dicho
esto, gritó con todas sus puertas: ¡Lázaro, sal fuera! El muerto
salió, con vendas en las manos y en los pies, y el rostro cubierto
con un sudario. Si Jesús no hubiese llamado a Lázaro por su nombre
todos los muertos del cementerio hubiesen salido. Le dijo a Marta
que él es que resucita a los muertos.
Una noche oscura cuando Nicodemo, un líder fariseo,
se acercó a Jesús diciéndole que sus milagros eran pruebas de que
él había sido enviado por Dios, Jesús le replicó: “De veras te
aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios”.
Luego Jesús explica: “Yo te aseguro que quien no nazca de agua
y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace
del cuerpo es cuerpo; lo que nace del Espíritu es espíritu” (Juan
3:3, 5, 6). Es el tremendo poder de Dios el que levantó a Jesús
de los muertos. Al creer y confiar en Jesús, el Espíritu Santo
viene a morar en nosotros transformando nuestras vidas y librándonos
de la misma muerte.
En su segunda carta a los Corintios Pablo les
informa: “Es cierto que fue crucificado en debilidad, pero ahora
vive por el poder de Dios” (2 Corintios 13:4). Porque él vive tenemos
la promesa y la seguridad de que también viviremos.
Pablo reflejando su preparación legal les explica:
“De hecho, ya que la muerte vino por medio de un hombre (Adán),
también por medio de un hombre (Cristo) viene la resurrección de
los muertos. Pues así como en Adán todos mueren, también en Cristo
todos volverán a vivir. Pero cada uno en su debido orden: Cristo,
las primicias; después cuando él venga, los que le pertenecen”
(1 Corintios 15:21-23). “Lo cierto es que Cristo ha sido levantado
de entre los muertos, como primicias de los que murieron” (1 Corintios
15:20). |
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Nuevos
Cuerpos |
Tal
vez alguien pregunte ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué clase
cuerpo vendrán? Pablo nos dice que la respuesta está en nuestro
propio jardín, “Lo que tú siembras no cobra vida a menos que muera.
No plantas el cuerpo que luego ha de nacer sino que siembras una
simple semilla de trigo o de otro grano. Pero Dios le da el cuerpo
que quiso darle, y a cada clase de semilla le da un cuerpo propio”.
Realmente ocurre una metamorfosis, un nuevo cuerpo brota del viejo
cuerpo. El cuerpo terrenal se acaba y uno nuevo espiritual lo reemplaza.
“No todos los cuerpos son iguales: hay cuerpos
humanos; también los hay de animales terrestres, de aves, y de
peces. Así mismo hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres; pero
el esplendor de los cuerpos celestes es uno, y el de los cuerpos
terrestres es otro. Uno es el esplendor del sol, otro el de la
luna y otro el de las estrellas. Cada estrella tiene su propio
brillo”.
“Así sucederá también con la resurrección de los
muertos. Lo que se siembra en corrupción, resucita en incorrupción;
lo que se siembra en oprobio, resucita en gloria; lo que se siembra
en debilidad, resucita en poder; se siembra un cuerpo natural y
resucita un cuerpo espiritual”.
Las Escrituras nos dicen que “El primer hombre,
Adán, se convirtió en su ser viviente; el último Adán, en el Espíritu
que da vida. No vino primero lo espiritual sino lo natural, y después
lo espiritual. El primer hombre era del polvo de la tierra; el
segundo hombre, del cielo. Así como es aquel hombre terrenal, así
son también los de la tierra; y como es el celestial, así son también
los del cielo. Y así como hemos llevado la imagen de aquel hombre
terrenal, llevaremos también la imagen del celestial”.
Les declaro, hermanos, que el cuerpo mortal no
puede heredar el reino de Dios, ni lo corruptible puede heredar
lo incorruptible” (1 Corintios 15:36-50).
“De hecho, sabemos que si esta tienda de campaña
en que vivimos se deshace, tenemos de Dios un edificio, una casa
eterna en el cielo, con construida por manos humanas. Mientras
tanto suspiramos, anhelando ser revestidos de nuestra morada celestial,
porque cuando seamos revestidos, no se nos hallará desnudos. Realmente
vivimos en esta tienda de campaña, suspirando y agobiados, pues
no deseamos ser desvestidos sino revestidos, para que lo mortal
sea absorbido por la vida. Es Dios quien nos ha hecho para este
fin y nos ha dado su Espíritu como garantía de sus promesas” (2
Corintios 5:1-5). |
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La
Muerte del Cuerpo y el Pase a la Vida Eterna |
“Pues así
como en Adán todos mueren, también en Cristo todos volverán a vivir”
(1 Corintios 15:22). Solamente en Cristo somos vivificados. Jesús dijo:
“Les conviene que me vaya porque si no lo hago, el Consolador no vendrá
a ustedes; en cambio si me voy, se los enviaré a ustedes. Y cuando él
venga, convencerá al mundo de su error en cuanto al pecado, a la justicia
y al juicio” (Juan 16:7-9). Cuando aceptamos a Jesús como nuestro salvador
personal el Espíritu Santo mora en nosotros (Juan 14:17). E el poder
del Espíritu Santo el que levanta a hombres y mujeres de la muerte.
“Pero si Cristo está en ustedes, el cuerpo está muerto a causa
del pecado, pero el Espíritu que está en ustedes es vida a causa de la
justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los
muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu,
que vive en ustedes” (Romanos 8:10-11).
Al mirar a la resurrección de Jesús podemos tener una buena
perspectiva del tipo de cuerpo que tendremos por haber aceptado a Jesús.
El cuerpo resucitado de Jesús trascendió las limitaciones físicas y pasó
a través de las puertas cerradas (Juan 20:19). En ocasiones su cuerpo
no se reconocía (Lucas 24:13-16; Juan 20:14, 15; Juan 21:4, 12; Marcos
16:12), sin embargo Jesús al compartir el pan o por el tono de su voz
se hizo reconocer.
Para todo aquel que cree en Jesucristo la muerte es una transición
a una eternidad gozosa en donde cada uno de nosotros tendrá más vida
que nunca. “Por eso mantenemos siempre la confianza, aunque sabemos que
mientras vivamos en este cuerpo estaremos alejados del Señor” (2 Corintios
5:6). Así como uno se sumerge en el mar y nos maravillamos de los espectaculares
corales y las hermosas criaturas marinas, así es la transición del cuerpo
físico al cuerpo sobrenatural eterno. Para todo aquél que acepte el don
de Dios, la salvación a través de la fe en el Hijo de Dios, se nos concederá
la eternidad en compañía de aquél que es la fuente de vida.
La muerte para el que está en Cristo no es un tiempo de luto,
y algún día todos moriremos. Desafortunadamente por el pecado de Adán
la muerte de la carne es ineviTable pero para los que han confiado en
Jesucristo, la muerte habrá perdido el aguijón. “Es cierto que fue crucificado
(Jesús) en su debilidad, pero ahora vive por el poder de Dios” (2 Corintios
13:4) y de igual manera nosotros.
En Romanos 8:11 Pablo explica “Y si el Espíritu de aquel que
levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó
a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales
por medio de su Espíritu, que vive en ustedes”. Las palabras de Jesús
son claras “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá
aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás” (Juan
11:25, 26) |
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Salvado por la sangre del Cordero
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Jesús fue crucificado entre dos criminales. Escrito arriba de él en la cruz decía: “ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS”. Uno de los criminales se burlaba de Jesús diciéndole que si el era el rey de los judíos que se salvara a sí mismo y los salvara a ellos (a los dos criminales).
El otro criminal le arengó diciendo: “¿No tienes temor de Dios cuando estas muriendo?” Nosotros merecemos morir, pero este hombre ningún mal ha hecho. Jesús acuérdate de mi cuando estés en tu reino” (Lucas 23.40-41).
Le respondió Jesús diciendo “estarás conmigo hoy en el paraíso”. Esta es una solemne promesa.
Al morir en la cruz, Jesús quitó nuestro pecado. Su sangre nos limpia de todo pecado. Lo único que tenemos que hacer es acercarnos a él. El criminal arrepentido reconoció que había hecho mal y le pidió a Jesús que se acordara de él. El no pidió perdón, simplemente le pidió que se acordara de él. Solo ese simple deseo fue suficiente para recibir la salvación eterna.
Dios te ama y quiere que le conozcas. El creó al hombre como compañía. “Tanto amó Dios al mundo que dio a su único Hijo para que todo aquel que en el crea no se pierda sino que tenga vida eterna y nunca muera” (Juan 3.16).
Dios nos ha creado a cada uno de nosotros para cumplir su plan perfecto que nadie más puede hacerlo. Todos nosotros hemos pecado y nos hemos apartado de la gloria de Dios (Romanos 3.23). Cada uno debido al pecado, esta fuera del blanco. El pecado nos retiene de cumplir el plan perfecto de Dios para nuestras vidas. Según los estándares de perfección de Dios, es bueno. Únicamente Dios sin pecado es bueno.
Debido al pecado, hay una gran separación entre nosotros y Dios (vea la sección 6 –
El Mensaje Eterno
). Tratamos de llenar esa brecha a través de cosas como el deporte, los negocios, el legalismo religioso, el fanatismo religioso, los amigos, las fiestas, la acumulación de poder y las mansiones terrenales, las obras de caridad, las doctrinas de falsos profetas, el ocultismo, etc. Sin embargo aún así no estamos satisfechos. El vacío que experimentarnos dentro de nosotros mismos, a pesar de todos los logros terrenales, es el resultado de darle la espalda a Dios. Somos incapaces a través de mantenernos ocupados y llenos de falsa espiritualidad de llenar un vacío que solo Dios puede llenar.
Jesús dijo, “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14.6). Jesús tiene el poder de hacer que las cosas estén en su lugar. El murió en la cruz del calvario para que nosotros, tú y yo, pudiéramos ser reconciliados con Dios (Colosenses 1.21, 22).
Jesús, el mismo Dios vivo quien se encarnó en medio nuestro, tiene el poder sobre la muerte (Vea la Sección 5 –
Evidencia Poderosa Sobre la Deidad de Cristo
). El dio su vida en la cruz. Al levantarse de la muerte, Jesús comprueba que ha roto el poder destructor del pecado. El nos ofrece el camino de regreso a Dios y a las abundantes bendiciones de Dios. El poder de Dios que levantó a Jesús de los muertos puede restaurar a cualquier de nosotros y quitar la mancha de nuestro pecado. Solamente a través del poder de Dios nosotros podemos vencer el odio, el alcoholismo, la depresión, el temor, la lascivia, el mal humor, la agresión y cualquier otro tipo de pecado.
Al poner nuestra fe en Jesús y aceptarlo, permitirle que el entre en nuestro corazón, nos da el derecho de ser llamados hijos de Dios (Juan 1.12).
De la misma manera en que el ladrón en la cruz le pidió a Jesús que se acordara de él cuando estuviera en su reino, le podemos pedir a Jesús que venga a nuestra vida con esta sencilla oración: “Jesús te necesito, ven a mi vida y guíame. Perdona mis pecados. Yo te entrego mi vida, hazme la persona que tu quieres que yo sea”.
Si usted ha repetido esa oración, usted a partir de este momento tiene una relación personal con el Dios del Universo. Puede que no sientas nada diferente, pero no te preocupes, los sentimientos pueden ser engañosos. No se trata de una emoción pasajera sino de una relación eterna con Dios.
Cuando pones tu confianza en Jesucristo, el viene a tu vida a través del Espíritu Santo y nunca te dejará ni te desamparará (Apocalipsis 3.20), (Hebreos 13.5), tu has sido perdonado completamente (Colosenses 2.14), ahora tienes el poder de Dios en tu vida para cambiar y mejorar (Lucas 10.19), puedes comenzar a experimentar el tipo de vida que Dios tiene para ti (Juan 10.10).
1Juan 5.11-13 nos dice que si tenemos al Hijo de Dios, entonces tenemos su vida. Pero que si no tenemos al Hijo de Dios, entonces no tenemos la vida. Una vez que hemos aceptado a Jesucristo, el nunca nos dejará (Romanos 8.38, 39).
Las promesas de Jesús son verdaderas. Puedes verlo por ti mismo al entregarte a el ahora mismo y pedirle que venga a tu vida.
Yo estuve muy involucrado con
el yoga y la meditación
mantra durante más de seis años. Ese tipo de prácticas no me trajo ninguna paz espiritual y me sentía vacío internamente. Solo después de aceptar a Jesús, mientras pensaba que ya era un cristiano y sin esperar nada a cambio de entregar mi vida a Jesús, me di cuenta de verdad que las promesas de Jesús son las que cambian vidas.
En estos tiempos hay una gran hambre por la paz mundial, pero la paz mundial no vendrá hasta que nuestros corazones estén en paz con Dios a través de Jesucristo. Los ejércitos y los panoramas utópicos no traen la verdadera paz. Utopía significa “no hay tal lugar”. Solamente cuando la creación sea redimida a través de Jesucristo y regrese a su condición original, a un estado sin pecado, habrá la paz eterna.
Sin Jesucristo todos somos criminales colgando en nuestras propias cruces. Con Jesucristo tendremos la transformación y la vida.
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